La Patera XXV aniversario: preventa activa
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Compadres y comadres: Ya sabéis que el año que cursa se cumple el veinticinco aniversario de nuestro primer disco, La […]
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El concierto que la banda de rock navarra Marea va a dar en Tenerife cambia de ubicación por indisponibilidad del […]
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01. Otra cicatriz
Marea
02. Buena muerte
Marea
03. Se acaba el baile
Marea
04. Nuestra fosa
Marea
05. Más me duele a mí
Marea
06. Lo habido
Marea
07. Esta puta soledad
Marea
08. Ceniciento
Marea
09. La grillera
Marea
10. El mas sucio de los nombres
Marea
Quiero que me espere en otra vida
una luna de tetas caídas que
con presente se engalane.
Otro calendario enloquecido
con el que limpiarme el ojo y puede ser
que la lengua se desmadre.
Y puede que deje de humear
la almohada calcinada que puse a cavilar.
Que atruene, que deje de penar
mi boca adormilada...
Que escupa otra estrella fugaz.
Sé que la mañana lo sabía,
por la reverencia que me hacía al ver
tanto pecho, tanto alarde,
tanto rabo de león dormido
y el ronqueo del ratón que sabe que
siempre es demasiado tarde.
Y puede que tenga que planchar
la muda de poeta que me dejó el azar.
Si vienes, se aleja el temporal,
desfilan los cometas.
Vuelvo a descoser la cicatriz
que de par en par cerró el olvido.
Vuelvo y volveré siempre por ti,
mientras brote sangre del ombligo.
Te juro que quiero y no puedo
dejar de buscar la canción
que no tema pisar la hierba.
Te juro que puedo y no quiero
echar las palabras al vuelo y que,
al revolotear, se pierdan.
¡Suerte!
Que tengas buena muerte,
que bostezando sea,
que muera por dolerte.
¡Suerte!
Cuando se desarme el sol,
te hablará del desamor
y no habrá donde esconderse.
Azul...
No veo nada azul
rebuscando en la huesera,
pero prenderé una hoguera
con madera de ataúd,
por si vinieras tú
y no morir quisieras.
Vente, con la corteza ausente,
que en mi rincón no caben
manzanas ni serpientes.
Vente al paraíso del lirón,
de las camas sin hacer,
del despertador inerte.
Azul...
¿Dónde estará el azul
que me prometió la aurora?
Dicen que llegó su hora
y que me aguarda en el baúl
en el que ríes tú y los luceros lloran.
Seguiré tu estela,
no me importa adónde irás,
no me importa lo demás.
Y azul...
Será por siempre azul
la sombra que me espera.
Me gusta el repicar de pulmones al alba.
Me embriaga el dolor de la nuez que partí
y su blasfemia de anís.
Me enredo en los cordeles que desata la calma
que anida en lo poco que no derruí,
que luce un collar de mastín.
Me aterra que se alargue la sombra alargada.
Me abismo en los pasos que están por venir
y en su vagido infeliz.
Me escapo sonriente de los lechos de malvas:
¡Guardad los cubiertos, que no habrá festín!
¡Que no me han podido abatir!
Y el resuello del volcán
me sorprenderá otra vez
con la cara sin lavar.
Que la demora del silencio
se quede para siempre junto a mí,
que el relámpago no deje en paz al rayo.
Si los despojos del invierno
se alejan de la vida por vivir,
no me encharcará los ojos
este baile de caballos.
Y los cuervos me dirán
que la danza se acabó...
Y me dejaré llevar.
Ahora que estamos solos
voy a contarte el cuento
de la gangrena del querer.
Un cuento amargo
como un otoño largo,
saliendo del letargo,
queriéndonos comer.
Te contaré del aire
que no enjaulaba nadie
y que apresé para los dos.
Un soplo impuro
que no aflojó los nudos,
que no tiró los muros
de nuestro corazón.
El día languidece,
la tarde es tan cobarde
que no se atreve a perecer,
y nuestra fosa
vomita mariposas
tan bellas y furiosas
como un amanecer.
Se fue la luz, y entonces lo vi todo
brillando desde el lodo,
y te ofrecí mi canto de avestruz
y un vendaval de besos desmedidos,
que nada está prohibido
cuando oscurece y apareces tú.
Y en cuanto el cuento acabe,
no habrá vuelta de llave
y otro demente creerá,
frente a la nada,
con las alas tatuadas,
que nada es como acaba
y volverá a empezar.
No se abrirán las aguas ni arderá el zarzal,
si acaso, las nubes clamarán
que ya hay bastante mierda en este muladar.
Me mirarán mohínas y querrán bajar
a joderme septiembre, pero jamás podrán.
No habrá resurrección ni bodas de Caná,
quizá desconsuelo...
Ni en la orilla dejaré semillas ni estatuas de sal.
Ni madrugada en celo a la que cortejar,
ni un aliento de menos, ni tela que cortar.
Detrás de las cigüeñas me guareceré,
desnacido, a rebañar despacio, si pudiera ser,
el último suspiro antes de renegar
de lo habido, de su sinsentido, de lo que vendrá.
Si arribo a la penumbra para dar que hablar
y me echan el alto,
de la manga sacaré unos cuartos y algo que contar
para el alabardero y el espino en flor:
rellenaré el sombrero y subirá el telón.
Se afeita el cielo para que no lo mires,
por eso yo te espero aquí,
dejando crecer mis jardines,
radiante como un funeral,
entrando en el armario
a por el beso agrio que me besará
cuando nuestro reloj se oxide.
La quijotera, saliendo de maitines,
se embala por el pedregal
e intenta apagar los candiles.
Fracasa y se harta de rodar,
le aplauden los andamios,
le abuchea el patio y se levantará
fumándose los polvorines.
Que mi alarido se folle al olvido
nunca he pretendido;
sé que solo quedará esta puta soledad
de tragos tristes en vasos heridos,
de lo que me diste, de lo que no volverá...
Esta puta soledad.
Me carcajeo, sentado en los raíles,
bebiéndome la tempestad,
haciendo sonar los clarines,
sabiendo que no escampará,
y me pondré al sogato
deshojando el rato que me ha de quedar
cuando el camino se me olvide.
Los quinquilleros ya no me quieren
y los murciélagos nunca me vienen a ver,
y las nieves de ayer platearon mis sienes
igual que a Gardel, y este hielo,
que contigo no sabe qué hacer,
si fundirse o volverse a romper,
me ha vestido de miedo,
por eso cimento mis pies.
Los pregoneros me andan buscando,
las hojiblancas están que no viven por ver
si me tiro del tren, colmado de tumbos,
y vuelvo a volver a su lado,
como un pródigo arroyo de ron
que se seque al sentir su calor,
que agusane las horas
y al cielo le arranque el faldón.
Y me he sentado a la mesa
de aquellos que besan por última vez,
regalando pavesas que incendian la piel,
muriendo de sed;
que han robado a la luna
su manta y su cuna por verme crecer
sin prisa ninguna.
El gallinero quererme quiere,
yo no me dejo y, de lejos, lo escucho latir,
que si solo me vi no fue por bellaco,
que fue por cerril y agorero.
Y, aunque quise cambiar de color,
las agujas dijeron que no,
que nací ceniciento y será
cenicienta mi voz.
Aquí me hallo,
con porte de martillo,
tal que un chiquillo sin desbravar.
No me hables de sosiego:
tan solo anhelo centellear.
Sólo una vez más, y que los años duelan
surcando suelas, pidiendo pan,
que el día, al despuntar,
no me abrirá la puerta
de la grillera.
El aleteo será de buen agüero
y habrá revuelo para yantar.
Que empiece la taranta
que desencanta, que acaba mal.
Dejo en el hogar, de cuando estuve loco,
algunas cuentas por ajustar,
y salgo al cenagal de lágrimas que matan
de poco en poco.
Los añicos no serán de porcelana:
al romper el sol, habré de descansar.
Que se queden desnudándose las ramas:
cerca del final, despiértame,
que quiero entre las brasas caminar.
Un ancla rota será lo que me lleve
de vuelta a casa tras naufragar;
que digan las gaviotas:
–“¡Qué bien que hueles a libertad!
¡Quédate a volar! Verás arder las naves,
y tus pesares verás pasar en pos de otro lugar
en donde enamorarse de otros cantares”.
Salió, derrumbando el brocal el amor,
a clavarme la espuela y no sé
si abrazarlo, soltar a los perros o echar a correr.
O, tal vez, sepultarlo con un aluvión
de poemas que nunca escribí, de tan malos,
de piedras y palos, de cardo y jazmín.
De mucha nadería, de poca desazón,
de destripar el día a golpe de tacón,
de dulce lejanía, de duro mascarón...
De fallecer contigo.
Rompió la armadura y pintó con carbón
la cordura, y no supe por qué
la amargura de mis asaduras le dio por morder.
Y le hablé de horizontes de negro satén,
de los dedos enfermos del mar,
de serretas, podridas carretas y fino cristal.
De crestas y espolones cargados de razón,
del ruido de vagones que nunca se alejó,
de insomnio en los cajones,
de lastre en el riñón...
De renacer contigo.
Ensucio su nombre, su estampa y su olor,
por lo que nos hizo a los dos,
por hurgar en las venas y huir,
por cada patada que dio al corazón,
por todo lo que ensombreció,
por la tinta que le di.
De sietes y puntadas, del humo sanador,
de lo que en ti empezaba, de lo que en mí murió,
de polvo en las aldabas, de lava en el colchón...
Y me quedé contigo.
Salió, derrumbando el brocal el amor,
a clavarme la espuela y no sé
si abrazarlo, soltar a los perros o echar a correr.
O, tal vez, sepultarlo con un aluvión
de poemas que nunca escribí, de tan malos,
de piedras y palos, de cardo y jazmín.
De mucha nadería, de poca desazón,
de destripar el día a golpe de tacón,
de dulce lejanía, de duro mascarón...
De fallecer contigo.
Rompió la armadura y pintó con carbón
la cordura, y no supe por qué
la amargura de mis asaduras le dio por morder.
Y le hablé de horizontes de negro satén,
de los dedos enfermos del mar,
de serretas, podridas carretas y fino cristal.
De crestas y espolones cargados de razón,
del ruido de vagones que nunca se alejó,
de insomnio en los cajones,
de lastre en el riñón...
De renacer contigo.
Ensucio su nombre, su estampa y su olor,
por lo que nos hizo a los dos,
por hurgar en las venas y huir,
por cada patada que dio al corazón,
por todo lo que ensombreció,
por la tinta que le di.
De sietes y puntadas, del humo sanador,
de lo que en ti empezaba, de lo que en mí murió,
de polvo en las aldabas, de lava en el colchón...
Y me quedé contigo.
01. En las encías
Marea
02. Un hierro sin domar
Marea
03. Muchas lanzas
Marea
04. Jindama
Marea
05. La noche de Viernes Santo
Marea
06. Ocho mares
Marea
07. Copla del precipicio
Marea
08. El temblor
Marea
09. Pajaros viejos
Marea
10. Pecadores
Marea
Seré como una faca en la garganta
de un amor interrumpido.
Mi voz es un pulmón tan renegrido
como el agua de fregar.
Me suena, en las encías, el destino,
como una seguiriya con bozal.
–Eduardo, llévame a Cantocochino,
que no quiero ver el mar.
Seré un trozo de luna
podrido y resiliente;
el dueño silencioso
de una lengua candente.
Seré el cuerpo presente
que se metió el futuro en el calzón.
Que el aire en la avenida,
por siempre emputecido,
me traiga, en las alforjas,
lo que pudo haber sido.
Que el barro desabrido
se coma, en Berriozar, el corazón
que quede de mí.
Me estampo contra el raudo calendario
a la espera de otra nube;
no salen ni las cuentas del rosario,
si me da por no morir.
La tromba llegará hasta la rodilla,
la tarde que me empieces a llorar;
cuidado con Peter Pan, mi Campanilla,
no lo tengas que velar.
Seré la fosa errante
de un verso maloliente
que no encontró el sentido
a no querer quererte;
que se bebió los ríos,
y fue a desembocar en tu rincón.
Quizá, el poema en celo,
que se jugó los dientes,
te muerda como nunca,
ladrando como siempre,
y vuelva del hastío,
quemando su navío en el sillón.
Seré la desvergüenza de un tal Judas,
que treinta veces te niegue –y luego más–;
que se ha metido una vela tan cruda
que no la puede tragar.
Buscaba en las alturas pala y pico;
buscaba la ballena de Jonás.
Me fui a desenterrar a Federico
para nunca regresar.
¡Ah del castillo! Vengo najando;
de los ondunares me estoy escapando.
¿Quíén me abre la cancela?
Muy de vez en vez, y muy de cuando en cuando,
saco los ladrillos que he estado randando:
son de la rancia escuela.
Poseo un mirlo blanco que viene por detrás;
que cierra los estancos; que quiere enseñarme a llorar.
Tengo un freno mulero que lo quiero regalar:
conmigo no ha podido y tampoco podrá.
Abre el pestillo y la gatera,
y que le den por culo a tanta primavera;
que ya me está cansando.
Se quedó varada con su cantinela;
con el pelo negro de avivar la hoguera...
Y sé que no es para tanto.
Tenía un rayo verde, pero se me apagó,
y no encontré el pesebre que dio de comer al cantor.
Se me pasó la fiebre y el otoño se pasó;
solo quedó diciembre…, su agonía y yo.
¡Qué más quisiera que vinieras a mi funeral!,
pero me emperro en ser un hierro sin domar.
Que me pusieras un recuerdo en el ojal
y, luego, fuego que recuerde lo que he sido.
Del baratillo estoy colgando:
todo lo que pillo lo voy amasando,
y no me entra en la mollera.
Sigo con el alba de los albañiles;
con la barahúnda de ferrocarriles;
con la naranja entera.
–Ya tienes el pasado por delante:
quisiera ver lo que haces con el cieno.
–Lo mismo lo recojo, a ver si me hago un nido
que tenga un alarido trashumante,
lijado por un torpe carpintero...
Y dejaré a sus pies el mundo prometido.
Me puse a rezongar, y se hizo tarde,
y entonces ya no quise ser palmero,
ni ser aquel chiquillo de la vez primera.
Y ahora que no hay palo que me aguante,
posado en la baranda del tintero,
espero la llegada de cualquier cualquiera.
De pronto, una pisada me desperezó.
Lloraba que cortaba la respiración,
pidiendo que me desenamorara,
que le dejara un beso en cada llaga:
me dio una cuchillada y desapareció.
Arranco, de mañana, en un alarde
de ganas de vender algo de insomnio,
y paso por tu puerta sin rendirte honores.
Y ofrezco siete mil chorros de sangre,
llegados de la fuente del Camborio,
a quien me traiga vivo al que vivió de amores.
La aldaba, no sonaba cuando esclareció;
gemía, y no podía… Y se reía el sol.
Me tuve que beber la madrugada,
que todavía sigue, desbocada,
trotando por mis venas, como un percherón.
En mi pecho, se han partido muchas lanzas,
y sus trozos fabricaron mi esperanza,
tan sedienta porque, al fondo de mi alma,
hay un pozo, pero la soga no alcanza.
Se caen los anillos en el nacedero
que sigue penando por mí,
que anhela encontrar el calor
que un día me dio, por si echaba de menos
el sitio de donde partí,
y a mi calavera esperó.
Cinco esquinitas tendrá siempre mi cama;
cuatro macarras de barrio me la guardan
y la custodian a punta de bardeo.
Y cuando estoy de bostezar,
salen los bichos y los nichos piden más,
entre los gritos de “¡Soltad a Barrabás!”.
Mientras, fallece Morfeo y se levanta el deseo.
Háblame, madre, ¿por qué tengo jindama,
si los bandidos cuidan de la camada
y harán que caiga maná de sus cabellos?
Que en tu regazo quiero hallar
un calabozo que me sepa a libertad,
para, con ella, ser la envidia del penal
con los barrotes más bellos...
Con los más bellos.
He florecido con tanto ruido
que el trueno me habita la piel
–la ciencia, llegó de Plasencia y de Carabanchel–;
hijo del hambre, enfebrecido,
jamás dejaré de perder si quieres perderte conmigo.
Duérmete, niño, que son afiladores
los que te silban y anuncian los albores
de los caminos de dagas y puñales,
en donde habrás de tropezar
porque quisiste acariciar a Satanás,
encandilado por su aliento y el manjar
que te mitigue los males...
Todos los males.
Llegó rumiando piedras, tras caer,
surcada por las cuerdas del serón.
La lluvia, recogida en puño, demasiada piel,
demasiado que perder… Pero todo lo perdió.
Venía mascullando su oración,
luciendo el Altozano en el costal,
bullendo –igual que bulle el miedo sujeto al ronzal–;
arrastrando el sinsabor de su sola soledad.
Enséñame tus alas de zorzal,
aburridas de rezar entre el brillo y el espanto.
Tu aliento de tomillo, tu verdad,
tu mirada de humedal, tu dolor de Viernes Santo.
Traía, en las ojeras, una luz
brotando de la grieta que pintó.
Quería que su romería fuese multitud,
y, el de los brazos en cruz,
nunca, de ella, se acordó.
Enséñame esa noche que tendrá
una senda que labrar, que me cubra con su manto.
Que no me despedace al recordar
que no pude remendar tu dolor de Viernes Santo.
Y en esta orilla, que chilla de tanto aguantar,
fue la costilla rota de Adán;
la de la vieja Andalucía rebuscando pan;
la que ha masticado el sol;
la salina de mi sal.
Enséñame tus alas de zorzal,
aburridas de rezar entre el brillo y el espanto.
Tu aliento de tomillo, tu verdad,
tu mirada de humedal, tu dolor de Viernes Santo.
Enséñame esa noche que tendrá
una senda que labrar, que me cubra con su manto.
Que no me despedace al recordar
que no pude remendar tu dolor de Viernes Santo.
Soy esqueje de la estera
que se duele, y se sacude,
y que no hay quien desanude.
Soy del mismo cordón
con el que se ahorca el macho
que se sabe cucaracha;
que se agacha si me agacho.
Hoy..., mi enemigo soy.
No me enteré del desembarco,
y solito me quedé,
con una pluma en cada flanco,
roneando en un papel.
Soy la sombra que guarece;
el ombligo desmedido
que siempre es lo que parece.
Soy medio corazón
y asesino de otro medio
que murió por hijoputa;
porque no tengo remedio.
Soy..., casi nada soy.
Creía que no habría fiera
que rompiera el cascarón
donde escondía la llantera,
y la casa se inundó.
Regresará mi algarabía
a decir que levantó
el faldón de estos lugares
en donde no despunta el día:
¿Quién diría que no soy
el que sobra de ocho mares?
Soy rumor que desescombra;
que se sabe resabiado;
que se encoge si te nombra:
estoy fuera del montón.
Y seré del que me olvide;
de la acera traicionera;
de los tuertos que me miren…
Hoy..., de mi mano voy.
No me enteré del desembarco,
y la casa se inundó.
Regresará mi algarabía
a decir que levantó
el faldón de estos lugares
en donde no despunta el día:
¿Quién diría que no soy
el que sobra de ocho mares?
Regresará como quería:
cuando se baje el telón,
retozando por los bares.
Regresará y no será mía:
¿Quién diría que no soy
el que sobra de ocho mares?
Hermoso, como el nombre de una puta,
será ese destello en que ya no me quiera...
y yo resucite herido de humo y de gente;
de paños ardientes; de antigua simiente
que la vida me dé..., y la vida me quite.
Acudo cuando me afloja los nudos;
me libra del yugo y le dejo probar
mi flema sangrante teñida de balas perdidas;
de aullidos ajenos;
de puro veneno que la invite a volar:
que la desencante.
Me sacará de aquí; la sacaré de quicio.
Que duerma quien pueda dormir:
con todo por decir, no se oye ni un suspiro.
Me intenta descoser; me asomo al precipicio.
Que corra quien quiera correr:
con todo por hacer, me quedaré contigo.
Oscuro, como una noche de lobos,
me juro y perjuro que no habré de volver
a los madrigales, y escapo del escalofrío;
de los amoríos que llegan tardíos;
del ebrio fulgor de saltos mortales.
Subirá el azogue en cada estancia
si nos ven entrar como elefantes, perdidos,
en busca de otro derrotero;
quizá más inocente, menos resentido,
que no se desviva en lo vivido;
que muera por ver un horizonte nuevo.
No comimos nada: contamos veinte.
Con el mercadeo más urgente, danzaron
las uñas de los taberneros,
repletas de planetas; de tabaco y plata;
de la libertad que desbarata los sueños
de aquellos que nunca durmieron.
Tan harto de ternura y de tanta picadura, amor,
ungido, me abracé al rugido que me enamoró.
Después, me encomendé a la bruma
que puebla el último atolón;
que enviuda y amanece, muda,
con nuestro temblor.
Volverá el temblor.
De la retirada, no fuimos hijos:
fuimos la palabra y entresijos dorados;
la levantera y el calambre.
Nos queda la certeza de sabernos vivos,
nunca vencedores ni vencidos; regados
por lo que queda del estambre.
¡Qué hartura de tormento –tormenta tierra adentro–, amor!
Me cansa la caricia mansa de su resplandor,
que abrasa aquel renglón torcido
que se vistió de perdedor…
Si yerra, me hablará la tierra, y llegará el temblor.
Volverá el temblor.
Espérame un momento: voy a volar los puentes
por donde cruzaron Bambino y Morente,
la Lola, y el Paco que más alumbró.
Y es que no quiero que dé la hora
del caladero a donde se fueron
Farruco y Pastora vendiendo su flor.
Y Pasos Largos, y Joselito, y Valderrama,
y el Torta, y Panero, y el sueño maldito que los embaucó.
Que nadie vaya a escarbar a la llanura del cielo,
que está el Ventura cogiendo vuelo...
Doliendo en los duelos.
Baila que te baila con la cojera,
vendrá La Catrina, será tempranera,
y mi tos cigarrera no habrá de escuchar.
Tan solo queda soñar con la Fernanda y el Jero;
con Juan Talega, y el carbonero
del ascua en que muero.
No seremos los huesos comidos a besos
que el tiempo guardó: seremos pellejo.
Ni tampoco aspaviento ahuyentando a ese viento
que nos devoró: seremos pájaros viejos.
Quédate a mi lado, a ver qué nace
del vientre marchito de estrellas fugaces
que anhelan la nada... Y nada nació.
Y en una gota con sal, se irán las guerras ganadas,
y tus pisadas también se irán, de polvo colmadas.
¿Qué será del pañuelo
que su llanto nos dio,
repartiendo consuelo?
¿Qué será de los dos?
Te pusieron pecadora,
por besar al trovador
que ahora nunca llora a solas
y reniega de este sol.
Pecador seré a tu lado,
y también mi corazón,
por poner sangre en mis manos,
de tanto matar a Dios.
La maraña que tejimos,
nunca pedirá perdón:
vamos a escupir el vino
contra el cielo que se abrió.
¡A mí, pecadores, pisando las flores!
Maldigo ese cáliz que nunca existió.
Pecadores en las camas,
pecadores entre llamas,
pecadores contra el tiempo y el reloj.
Pecadores de ceniza,
pecadores hechos trizas:
pecadores maldiciendo al Creador.
01. Bienvenido al secadero
Marea
02. La majada
Marea
03. Sobran bueyes
Marea
04. El día que lluevan pianos
Marea
05. Canaleros
06. Ojalá me quieras libre
Marea
07. Ángeles del suelo
Marea
08. Las últimas habitaciones
Marea
09. Plomo en los bolsillos
Marea
10. Pendimento
Marea
Agua que reconcome, desgasta y taladra,
no mojará mi posada sin luz,
que aquí me atrevo a enjaularla y decirle de todo
y se me enamora,
vuelve cuando me encuentro salvando los muebles
para apilarlos y darles de arder,
para que ría y se haga de día sin amanecer,
sabe que la convido a comerse las llaves
del purgatorio de mi naufragar,
que no conozco yesaire tan fino que luzca mi carraspera
y temple mi torpe envite de acero caliente
para joder con las patas de atrás,
y dar la vuelta y buscar la reyerta en otro trashumar,
bienvenido al secadero, ven a ver el desconcierto,
que tocan a muerto los kinkis besando con saña, los poligoneros,
los fakires que se acuestan junto a mí
y apuntalan, escupiendo al viento, mis entrañas de viejo,
saca pa los mosquitos el clavo y la albahaca,
que una ambrosía por fin sacaré
de mis recuerdos infectos en donde no flotan las carabelas
llenas de redileo, trasquile y cadenas,
pero este sauce quiere sonreír,
y en adelante le queda el desplante para resistir.
Recuerdo cuando te hablaba de las nogueras,
golpeando con los nudillos en la encimera,
con mi grito quejumbroso de arroyo turbio,
traje mal bajío, me llevé infortunio,
allá donde el vino mana en la sementera
y ondean las comadronas sábanas secas,
donde se abate sin prisa a las nocheviejas
con los tiros mudos de penas añejas,
aventando silencio le quito el precio a mi soledad,
la desato y tirito, que no está escrito, pero estará,
en todos los soportales, como quien mancha el ajuar,
que he querido a dentelladas y ya no hay nada que desatar,
y ahora que una majada son mis adentros,
y el cuenco medio vacío me da sustento,
sostengo sobre los hombros otro derrumbe,
no será su estruendo el que me deslumbre,
los sinsabores son las flores que perdí
mientras la orquesta no dejaba de tocar
y yo tiraba por la borda el pedigrí
que me hizo hombre que en las nubes quiere hozar.
Bailo como baila la Tarara para los muchachos,
cuando se vayan lloraré para que beban los gusanos
de la savia que no han querido los gatos
y el establo encharcaré,
ando igual que un toro sin resuello que enseña la frente,
que lleva en cada cicatriz luciérnagas resplandecientes,
y levanto polvareda en las tabernas
si la luz no deja ver,
renqueando, los jamelgos,
vienen raudos a mi encuentro,
en esta casa sin leyes,
no me pesan los aperos,
ni quién llegará primero:
en mi yunta sobran bueyes,
los visillos descorridos van a pronunciar mi nombre
y la mierda lamerán de la cresta que me sobre,
sin replicar,
renqueando, los jamelgos,
vienen raudos a mi encuentro,
en esta casa sin leyes,
no me pesan los aperos,
ni quién llegará primero:
en mi yunta sobran bueyes,
las cloacas no sollozan si no las toca el calor,
ensombrecidas,
la penumbra está risueña y se empapa del color
que yo le pida,
y cuando digan que en este remanso
el dolor no se durmió,
será mentira.
Adiós, decía el estampido y yo
detrás de su reflejo fui,
sujétame un rato este sol, te dije, y ya jamás volví,
y con tanto rumiar las briznas me olvidé
de echarle más pelusa al ombligo y, tal vez
debí mirar atrás y preguntar si ayer
la lontananza era limpia y la senda también,
será que mi cansino caminar
no ronda por la puerta de
aquello que llaman amor,
y en el alféizar me quedé,
mirándote al pasar, queriéndote ofrecer
el pienso de tan lejos que no pudo ser,
y te quiero contar que nada me amparó,
así que mal y tarde te pido,
quédate hasta el día que lluevan pianos,
quédate hasta que yo dé mi brazo a retorcer,
y fóllame, como si esta noche me fuera a comer
las estrellas una a una,
quédate, jugará tu corazón al esconder, con el mío,
en la basura,
contar las puntadas sin hilo es
lo que me queda por hacer,
que dicen que tan necio soy
que no he sabido enloquecer,
pero juré enlutar los tumbos que bordé
y levantarme cabal y maldito por ti
y, al decirle al papel que sigo estando aquí,
el eco me devuelva el gemido.
Déjame que descuelgue las campanas,
de tanto redoblar se me han quitado las ganas
de alante y atrás, de amargo tañir,
y sangre me sudan los pies,
qué mierda de don Juan, que se harta de reír
cuando se tropieza frente a la platea
y se esfuma feliz perdido en la zorrera
mientras se despluman pollos de pelea,
los cisnes me embarazarán la cama
y a la hora de parir se me volverán ranas
y yo segador queriendo arrancar vigilias,
ya sabes por qué,
que para pisar Cristos me basto y me escondo,
guardé entre las muelas rosarios a miles
que anego con ron como si no doliera
y sigo vadeando mis Guadalquivires,
no se cegarán los claros nunca más,
brillarán las alcayatas, canaleros cantarán,
desperdiciando lingotes voy al trote
y sé que no voy a llegar, perdiguero, ¿adónde vas?,
y mañana no será lo que Dios quiera,
que será el mismo balar, aburrido y con ceguera,
desencanto, seguro que truena y que no es para tanto,
la vida se desbordará del cubo, se me encabritará,
me tirará el embudo, ¿pa qué quieres más?, dejémoslo así,
tú ladra, que yo roncaré,
no se cegarán los claros nunca más,
brillarán las alcayatas, canaleros cantarán,
desperdiciando lingotes voy al trote
y sé que no voy a llegar, perdiguero, ¿adónde vas?,
Busca a mi dueño, te cansarás.
Qué bien te sienta la tarde
con lo que ha llegado hoy a nuestro jardín de mármol,
de líquenes buscando limoneros con aullidos milenarios,
han venido picarazas
a peinar con su canción el cabello sonrojado
y mustio del crepúsculo caído donde mora el desencanto,
todas las horas jadean
si el ocaso no se está en tus ojos desangrando
y los párpados bostezan y enmudecen como mirlos desolados,
sola queda la cañada
y embriagados los infiernos de mi olor,
y será fiero el futuro que castigue,
que descubra en ceniceros lo que no te dije,
voy a desligar las tibias de este diábolo sombrío
que hay veces que no se acuerda
de que sigo siendo un niño,
y sé que no habrá sedales cuando te hiera mi ausencia,
ojalá me quieras libre, ojalá me quieras,
acuérdate del tragasables que tus lunas derritió
con su forja miserable,
apiádate de los zarzales que tan huérfanos dejó
junto a humeantes panales,
voy a desligar las tibias de este diábolo sombrío
que hay veces que no se acuerda
de que sigo siendo un niño,
y sé que no habrá sedales cuando te hiera mi ausencia,
ojalá me quieras libre, ojalá me quieras,
yo te querré deshecho, te querré en la roca viva,
te querré en todos los versos
que no quieran tus pupilas,
yo te querré en la acequia, te querré en la cumbre fría,
te querré cuando el fantasma de tu voz venga a por mí.
Despójate de pájaros lastimeros
que están poblando el navío que fabriqué
con lápices altaneros repletos de heridas,
en él no hay barandal para colgar los pañuelos
y no entran ni credos ni noches cerrás,
ebria estarás de luceros, yendo a la deriva,
resguárdate en mi ladera mullida
que no hay cornisa que aguante este atardecer
que no podrán arrastrar las alcantarillas,
ayúdame a encerrar a las rapaces que buscan
cagar mi sombrero para blanquear
sus cenagosas orillas,
haremos conejeras y que entren las ojeras
de ángeles dolientes que están
tal que brevas maduras
maldiciendo la altura de la libertad,
que en los umbrales mueren,
los astros no los quieren,
tampoco aquí descansan en paz,
estas campas resecas, incendiadas y huecas
los envenenarán,
acércate a mis desnudos solares
que son los altares en los que acribillaré
por siempre a estos putos cielos.
Se apoyaron en mi quicio y coroné
sus cabezas con tormentas,
y para trapos quedaron las colchas
después de perder la cosecha,
y me duelen, y les duelo
cuando afilo el vidrio que rasga su vientre,
se avergüenza el deshollinador
de dejar el camastro rusiente,
tan rusiente,
si me confieso inocente volverán
a lacerarme el costado,
germinarán azabaches ladrillos,
edificarán el Calvario,
se desvisten las rameras
de mantillas rojas y cauces serenos,
y barrunta el estómago que
volverán los erizos hambrientos,
juntos hicimos con cuchillos ese hogar
que se otoñaba con hogazas cada vez
que la desdicha lo embestía para entrar
a revolver,
se desteñirán la rabia y el pelaje,
se agrietarán en los estíos
y, harto de bregar soltando correajes,
dormitaré entre el gentío,
cociné mis migrañas
con los hornos a todo gas,
y nos dimos un festín de intestinos,
regamos la grama, quisimos vagar.
La sed, remite y me repite cuando estás
cortando las aletas del salmón
que el río sólo quiso azulejar
para que no mordiera con fauces de ratón,
que no hacen mucha mella pero van
royendo las raíces cuando dices que te vas
en usca de otras alas que te ayuden a cruzar
con plomo en los bolsillos,
robé el grano a la gallina y al halcón,
lo siento, pero tuve que correr,
venían los demonios hacia aquí
cargando las trompetas,
y desde que no estás, despinto pesadillas para ti,
no caben más pecados en tus manos y, aun así,
recoges hasta el musgo que amuralla mi pesar,
que blinda mi esqueleto,
no le hagas caso al barquero,
que en volandas no te llevará si le faltan los besos,
que agazapado está como verruga ardiendo
que no ha de morir y que espera el momento
para rebrotar,
busqué refugio en otros lares y, al serrar
mi sueño tan despacio desperté
en el prado baldío donde están
muriendo los corderos,
por eso regresé, más áspero y cansado a este compás
que marcan las agujas pregonando que viví
entre tanto alboroto que no me paré a escuchar
el crujir de retamas.
Estoy en el terruño en el que quise y, sin embargo, no,
no me apetecen las perdices, dame de beber
caldito de tu calentura, quiero pura hiel,
de ti será mi borrachera,
quiero verte pasear por la Sevilla de Silvio,
mi mano desentrañar picoteando delirios,
de punta en blanco dirás: quiero morirme contigo,
seré arcilla en cada cerradura si lo quieres tú,
¿por qué dejas la celda abierta?, no quiero saber,
naciendo fuí perdiendo el norte y olvidando el sur,
sin ti será mi desventura,
hoy te invito a zapatear lo que nos cante El Cabrero,
a llorar por soleá e inundar el mundo entero,
de punta en blanco diré: quisiera envolverte el cielo,
cada noviembre volveré a morder como un pájaro caduco cualquier suelo,
y de pronto aletear hacia el invierno, y en su aliento padecer
para remontar de nuevo,
vamos a desempolvar los melismas de Molina,
Málaga de Tabletom, y en su locura divina,
de punta en blanco diré: te voy a entregar mi vida,
nuestra espiga irá a buscar la cava del Agujetas,
el coraje engrasará las ruedas de su carreta,
de punta en blanco dirá: ¿Dónde fueron los poetas?
01. Entre hormigones
Marea
02. Petenera (en carne viva)
Marea
03. Con la camisa rota
Marea
04. Duerme conmigo
Marea
05. Mierda y cuchara
Marea
06. Manuela canta saetas
Marea
07. Que se joda el viento
Marea
08. Romance de José Etxailarena
Marea
09. Corazón de mimbre (con Iratxo)
Marea
10. Por cuatro perras (con Mario y Vito de Sinkope)
Marea
11. Nana de quebranto (mala sombra) (con Brigi de Koma)
Marea
12. La luna me sabe a poco
Marea
13. Alfileres
Marea
14. Despellejo
Marea
15. Trasegando
Marea
16. Ciudad de los gitanos
Marea
17. Los mismos clavos (con Rafaél Borja y Feíco Chico)
Marea
18. Pan duro (con Carlos Chaouen)
Marea
19. A caballo
Marea
20. Como los trileros
Marea
21. El perro verde
Marea
22. Marea
Marea
01. Paloma que pierde el vuelo (El Fary)
Marea
02. En un mercedes blanco (Kiko Veneno)
Marea
03. Cada noche (Barricada)
Marea
04. La sangre, los polvos, los muertos (Eskorbuto)
Marea
05. Eutsi goiari (Música: Popular. Letra: Oskar Estanga)
Marea
06. Chica de la ciudad (Barón Rojo)
Marea
07. La vela se apaga (Parabellum)
Marea
08. Crazy like a fox (Motörhead)
Marea
09. Señora (Joan Manuel Serrat)
Marea
10. El Luis (Mala Fama)
Marea
11. Carta a los corintios según Sor Kampana (Música: Marea. Letra: Sor Kampana)
Marea
12. Marea – Versión acústica (Canciones incluidas en el disco Encuentro Cantautores 98.)
Marea
13. Un cuarto sin ventanas (Canciones incluidas en el disco Encuentro Cantautores 98.)
Marea
14. Desencuentro (Canciones incluidas en el disco Encuentro Cantautores 98.)
Marea
15. Malos despertares (Canciones incluidas en el disco Encuentro Cantautores 98.)
Marea
01. Entre hormigones
Marea
02. Aceitunero
Marea
03. Por cuatro perras
Marea
04. El trapecio
Marea
05. Mierda y cuchara
Marea
06. Mil quilates
Marea
07. Petenera (en carne viva)
Marea
08. Nana de quebranto (mala sombra)
Marea
09. Me corten la lengua
Marea
10. La hora de las moscas
Marea
11. Los mismos clavos
Marea
Sigue durmiendo, que no quiero que me veas
escupiendo los flecos de tu falda otra vez,
que encontré por los bares y me los metí a pares
entre el hueso y la piel,
sueña despacio con mi palacio,
que es el paraíso en que piso aunque sea un mojón
con tu nombre escrito por los rinconcitos
de su corazón,
cuando despiertes caerás conmigo en el barrizal,
y entre hormigones me verás, entre lunas de alquitrán,
entre sus pezones tiesos,
con las persianas levantás, que a la puta oscuridad
le sobran besos,
si estás cansada yo te vigilo las hadas
que se van en manada con un trote cabrón,
a lo alto de un cerro
para ver el entierro de la imaginación,
sigue roncando y, de vez en cuando, afloja correa
que veas que yo sigo aquí,
de mala ralea, siempre de berrea, queriendo gemir,
cuando despiertes estaré con los charcos en los pies,
y entre hormigones me verás, entre lunas de alquitrán,
entre sus pezones tiesos,
con las persianas levantás, que a la puta oscuridad
le sobran besos,
aquí estaré, esperando a que pises
todas las mañanas grises y las tardes tuertas,
aquí, de pie, quejío de la acera,
el martillo para espejos de no ver,
querrás saber de tantos manantiales
que en mi boca desembocan como lava hambrienta,
te contaré que nunca fui un poeta,
para las arrugas viejas soy José.
El cristal de mi pecera tan sólo lo ensucias tú,
cuando dices: Romero, que solo estas,
no es pa tanto, haz el favor, abre la luz y cierra el gas
que se van los churretes de sudor del ataúd,
y el olor de cantaores al llorar,
y mi luna de Jaén baja de luto a caminar,
aceitunero el sol,
y el cante de ese grajo que en mi garganta no quiere anidar,
aceitunero yo,
si un día fui camino, pues hoy muele molino, y a rodar,
aceitunero el sol,
con dientes en las botas, mordiendo a las gaviotas al pisar,
vareando poetas para hacerlos hablar,
el morral donde guardo lo que he sido se perdió
con los callos del mango de la sartén,
mis alhajas, mi mortaja, con todo lo que ahora me da igual,
me quedó una rienda hecha en cuero de tu piel,
y el fragor de chiribitas al mirar,
unos pies de enredadera y ratoneras para el despertar,
aceitunero el sol,
que prende los fogones del pecho del que lo quiere mirar,
aceitunero yo,
llenitos los bolsillos de aromas de membrillo y de galán,
aceitunero el sol,
muriendo a las mañanas cayendo de su rama a mi trigal,
para hacerme una lumbre,
aceitunero el sol,
que se acuesta en los mares y siempre le quitan algún retal,
aceitunero yo,
que asusto a la simiente con mi voz de aguardiente al acunar,
aceitunero el sol,
el árbol de pesares que nunca deja ver el robledal,
aceitunero soy,
y los sacos no dan abasto de olores,
de sillas de anea, de tantos sudores,
de anís y pestiños, de lechos de almendra,
de bolas de enebro, de más corazones,
no caben más gatos con sus cascabeles,
con sus noches muertas para que las vele,
no cabe ni siquiera la luz.
Contigo me despeño sin saber adonde vamos,
y que mis poemas se los coman los marranos,
que mastiquen las piedras que duermen en mi paladar,
si nos salen raíces tendremos que arrancarnos,
si no es suficiente nos pondremos a despulgarnos,
que sean pa los cochinos nuestras liendres miguitas de pan,
se comerán los cerdos los sueños que no tuve,
que tuvieron ganas de follarse hasta las nubes,
que saben que mi ventolera fue sólo ladrar,
saben que la razón ni me falta ni me asiste
y tengo corazón pa que no te pongas triste
y juntitos, no teniendo nada, sobre la mitad,
a bellota me saben los labios, a mierda la boca y a barro las manos,
cuando no nos vemos y al ladito estamos,
a bellota, de hocico en hocico, de tanto dolernos, de meter el pico,
de no despiojarnos,
lo que les sabe a humo, a mi me sabe a tierra,
y, aunque mis gruñidos los vendí por cuatro perras,
me queda un poco de tinta para emborronar,
y apagar las colillas en todos los recuerdos
que fueron semilla pero ahora son crisantemos
que esperan que, envuelto en madera, los vaya a besar.
Ya no me estorba el ruido al crecer de la hierba,
la ruina manando en las fuentes,
ni el aletear de jilgueros que enturbian las venas,
que haciendo leña de patas de cama y timones
espanto a todas las culebras
y remonto el río a traspiés,
si las cuerdas del trapecio las corté
fue para subir y atarlas y ver a la luna otra vez,
y volverlas a cortar una y mil veces
y boquear como los peces cuando les toca perder,
me desentraño y el eco suena en la despensa,
yo sé que vendrá a desquitarse,
él sabe que me ha de encontrar por las mismas callejas,
vendiendo tumbos, sin rumbo, coraje, ni prisa,
vertiendo minutos de arena y haciendo sendero al caer,
y el trapecio me regala calderilla
para verme de rodillas, pero no le rezaré,
de las mechas que ha prendido en la penumbra
soy la que menos alumbra, y es que nunca quise ver,
y cuando me araña las tripas la zarza de pena que escondo,
me mezco un ratito en el ancla que lastra mi vida y que no llega al fondo,
poco me importa, quizá despojarme del cieno
que me habita entre las orejas,
si acaso ensuciarme el regazo para,
si se va todo a la mierda, reírme entre los lamparones
y que la humanidad entera mañana se muera y dé igual,
no quiero ser más que el esqueleto de lo que he sido,
que cuenta al oído su penar,
sólo el murmurar de los cimientos enloquecidos
que nadie ha podido desflorar.
Cuéntame, dime quién te ha colgado el mar de las pestañas,
y ahora dársena de estiércol se tornó la comisura de los besos,
sed de limón, cimbrear como las espadañas,
y en el hueco de mi espalda y la pared
cuelga tu nido del revés,
y cada huevo parido es nada,
y cada beso en la boca es nada,
como si no hubiera pasado nada,
un reguero de luna será nuestra casa,
de esta luna tan puta de pechos de plata,
será el arrullar de la libertad
que tiene cogida pa ti y para mí en la goma de sus bragas,
cuéntame del llover, de los días de mierda y cuchara,
de la rara podredumbre del querer cuando no falta de nada,
porque sé que el saber no sirvió para dañar tus labios,
y que te sobra todo lo que va después,
del “yo te quiero” y “yo también”,
y mi costilla arrancada es nada,
y cada trino quebrado es nada,
que fuimos, somos y seremos nada,
aguacero de soles caerá en nuestra cama,
que sólo quiere amores de piernas mojadas,
y dejarnos prender, que no es menester,
ponernos en pie, tú como luna en celo y yo como una cabra,
regaré sin querer con silencio de estrellas tu cuarto,
que no anhela más que el grito del papel
en el que he escrito mi quehacer,
que nunca más servirá de nada,
si su tronío se queda en nada,
cuando su savia ya no riega nada.
Menos azul y más negrura al agua pura sin color,
la polla dura congelada en el arcón,
no quiero besos cuando empiece el tiroteo,
que el rechinar de los muelles de somieres cuando quieren galopar,
es soneto y melodía y poesía de verdad,
y no tonterías del viento,
dame marrón y llévate blancos de nieve y de encalar,
le saco brillo a mi gatillo de danzar
y las caricias se las guardas a tus muertos
que no sabrán si verdean los cipreses o se oscurece el coral,
si enrojecerán los meses de quererse levantar,
del rosa de los putos cuentos,
son camaleones vestidos de oveja
los ojos traidores que enredan madejas,
robando colores de los corazones de los que se dejan
pero del nuestro no,
que late tranquilo sabiendo que salen
detrás de sus hojas cientos de alacranes
que cuidan de que esté siempre en flor,
mojo en el gris que es más añejo y nunca pedirá perdón,
que el cobre viejo me deslumbra más que el sol,
de tan raídos los vestidos que se pone,
y a destilar con los puños de alambique los tabiques de este mar
y quedarme con la esencia, que es paciencia para andar
saliendo humo de los cojones,
son camaleones vestidos de oveja
los ojos traidores que enredan madejas,
robando colores de los corazones de los que se dejan
pero del nuestro no,
que late tranquilo sabiendo que salen
detrás de sus hojas cientos de alacranes
que cuidan de que esté siempre en flor,
si despertar son mil quilates de gloria bendita,
mejor soñarme remendando velas marchitas,
que ya estoy harto de remar, compañera soledad,
de tu puerta hasta la mía.
Descose telarañas goteando cuando llega la alborea,
y las pone a secar en la maleza de sus ojos que, al tronar,
le juran por los olivares que les dieron de amamantar
que van a dejar sin cabeza cada madrugar,
le rondan las pirañas y se apaña azuzando la mirada,
para alejarlas con las garrapatas que la quieren devorar,
y ser la neblina del bosque, que mira y no deja mirar,
penacho de invierno sediento de mi lagrimal,
de leña seca su ropaje, petenera su lamento,
en carne viva el carruaje que la lleva a sus adentros,
la sonrisa despeinada de ir en contra de los vientos,
de ir en contra de los vientos,
empalma hasta a los juncos que eran firmes antes de ser destronados,
y nunca se ha corrido con el ruido del gentío y su existir,
comadre de las musarañas, como en la canción del Martín,
que encuentra sentido al seguido del punto del fin,
de leña seca su ropaje, petenera su lamento,
en carne viva el carruaje que la lleva a sus adentros,
la sonrisa despeinada de ir en contra de los vientos,
de ir en contra de los vientos.
No te vayas aún y hazles palmas a los buhoneros,
que traen la talega hasta arriba de huesos,
que se han tirado la noche por mí desenterrando sueños,
y hacen aliño si me destiño y doy el día con la letanía de mi vertedero,
que no me cabe debajo del sombrero,
no te duermas con mi nana de quebranto,
que es el canto con el que despierta el sol,
llorando como un niño chico cada vez que le dedico
esta sombra que me dio, donde sólo cabemos los dos,
si me cuca un ojillo la parca yo encojo la pata,
pero la sonrisa siempre me delata,
déjame terminar de pintarle plumas a las ratas,
que cojan vuelo desde tu pelo,
donde vivimos desde que los suelos cualquier día nos matan,
si de ser cielo es de lo que se trata,
no te duermas con mi nana de quebranto,
que es el canto con el que despierta el sol,
llorando como un niño chico cada vez que le dedico
esta sombra que me dio, donde sólo cabemos tú y yo,
cavé mi fosa entre tus cosas, aburrido de haber sido el que más amor te dio,
también el que más fatiguita y palabras malditas camino del huerto,
sin saber si olía a muerto nuestro triste y asqueroso corazón,
peleándome con mi cabeza no me gana naide,
le falta cordura, me sobra vinagre,
y mala follá, y una boquita muy bien afilá,
que prefiere triscar en la hierba
antes que rendirle cuentas al aire,
si te quedas conmigo aquí, sabrás que mi palabra
viste de rojo carmesí,
dale cordel a su trajín, saldrá de mis entrañas
lo que vuelve en oro el serrín,
o en más sangre con la que escribir.
Me dijiste: “píntame”, y pinté una luna,
luna de cuarto menguante con un guante de podar,
que con la otra mano agita cacerolas
con el ruido de las olas que la tiene enamorá,
y lloraste al verla: “imagínate que te pinto yo a ti
un sol radiante y lo pongo delante pa cuando no estés”,
que me corten el gaznate si no veo que se baten
mariposas a tu andar,
si no lloro una bahía cuando estés loca perdía
de conmigo cojear,
te pedí que no me ataras y empezamos
con los nudos en las manos, los grilletes y el bozal,
que más tarde, cuando el día ya no ejerza,
con la camisa de fuerza nos pondremos a bailar,
y trastabillar entre tanto pie que no sabe trabarnos
ni sabe quitarnos las llaves del anochecer,
que mala muerte me venga o me rebanen la lengua
si te quise querer mal,
tú me diste tanta fiebre, yo te di perro por liebre
y nos quedamos en paz,
que si la noche se estaba encuerando no fue para verme,
lo que quería es cincuenta y la cama, ¿con quién?, daba igual,
con troncos viejos que con calaveras que esconden los dientes,
con dedos largos que nadie les queda para señalar,
con los muñones que escriben derecho en renglones torcidos,
con el olvido que siempre se acuerda de resucitar,
con los relojes que me echan las cuentas y no han entendido
que no me he rendido, quise fracasar,
que me ronden moscardones al olor de los cajones
que una vez cerré por ti,
si palpitan cremalleras al compás de primaveras
que no las quieren abrir,
que se caiga el sol a cachos, y con él el dios borracho
que te quiso hacer sufrir,
que te echó su mal aliento que yo transformé en cemento
para hacerte sonreír.
Relincha el pellejo, preñado de espuelas,
porque su montura es tan sólo saliva que puebla mejillas,
fundiendo los plomos, matando polillas,
es el sollozo de un pozo con sed,
gemido que atiza el rescoldo de la chimenea,
tinto de pelea, beso de morder,
es el alero que quiere llover,
es levante y tramontana y a la hora de las moscas… chicharrina,
corona de espinas de la que comer,
es una blusa con nudo en el pecho,
es un largo trecho y desaparecer,
es un abrazo de navajas que sangra rosales,
un lecho de paja y cristales,
pozales de hiel bebidos a sorbos y echados a perder,
es una brisa de octubre que tira paredes,
la ubre en que duermo y que quiere
al pétalo enfermo que canta al toser,
trataron de herrarle y cerró las tijeras,
no fue a cal y canto, quedaba la punta de untar las heridas,
sirvieron de lienzo las horas perdidas,
es el antojo del ojo que ve
cómo muere solo a través de la misma mirilla,
de la misma puerta que quiere romper,
es una mano intentando coger
del amor algún pedazo y los tacones en la nuca de la vida,
manzana podrida, quijada de Abel,
que se entretiene desabotonando las claras del día
para verte bien.
Los mismos clavos
Me dices que me parezco a los caracoles,
me sobra techo, me muero en soles
tras espesura del chaparrón,
será que el camino bueno se ha vuelto malo,
o que no quiero pegar ni un palo,
que sólo quiero escuchar tu voz,
que siempre llego a la deshora que me marca el corazón,
y que, cuando estamos a solas, molesta el caparazón,
me dicen que tus braguitas revolotean,
que lo hacen sólo pa que las vea,
que llevan alas de desamor,
será que las ensuciamos tan malamente,
que los colchones son mala gente,
que siempre quieren tener razón,
que siempre llego a la deshora que me marca el corazón,
y que, cuando estamos a solas, molesta el caparazón,
mi casa está donde estás tú,
los mismos ojos, la misma luz,
mi casa está donde estás tú,
los mismos clavos, la misma cruz,
los mismos clavos, el mismo ataúd.
01. Otra cicatriz
Marea
02. Buena muerte
Marea
03. Se acaba el baile
Marea
04. Nuestra fosa
Marea
05. Más me duele a mí
Marea
06. Lo habido
Marea
07. Esta puta soledad
Marea
08. Ceniciento
Marea
09. La grillera
Marea
10. El mas sucio de los nombres
Marea